Dos días a la semana la plaza central de Aunzalia se convertía en un gran mercado. Comerciantes venidos de todos los rincones del reino montaban unos destartalados puestos hechos de cuerda, madera y lonas donde exponían sus mercaderías. Frutas, verduras, telas, orfebrería, carnes y pescados se podían encontrar en aquella feria ambulante que originaba en la aldea un clamor y una algarabía capaces de hacer escuchar a un sordo. Los mercaderes gritaban a los cuatro vientos las ventajas de sus productos sobre los del resto de vendedores, mientras que las aguadoras ofertaban agua, zumos de frutas y otros brebajes transportados en grandes barreños apoyados en sus caderas.
Diulmo,
que paseaba de la mano de su padre, observó divertido como un pescadero afónico
lanzaba una trucha a la cabeza del frutero de un tenderete próximo porque su
voz sonaba con más fuerza y no le permitía anunciar las cualidades de sus peces.
Una manzana lanzada con extrema dureza y que fue a impactar al estómago del
vendedor de pescado fue la respuesta por parte del mercader de frutas y
verduras. A Diulmo le encantaba
deambular por aquella plaza. Su padre, un terrateniente presuntuoso y
adinerado, lo llevaba frecuentemente a pesar de que nunca compraban nada allí.
-Son vendedores pordioseros con
mercancías podridas para pobres-, solía responder su progenitor cuando Diulmo le preguntaba por qué no
adquirían ninguno de los productos allí vociferados.
Si había un puesto que encandilaba al
muchacho era sin duda el del alfarero. Diulmo
podía pasar toda la mañana viendo como sus manos arrugadas y castigadas por la
edad y la dureza del oficio moldeaban vasijas y tinajas. La arcilla mojada
resbalaba por el torno y unos recipientes del color del barro emergían de la
nada convertidos en envases de formas y diseños diferentes. El joven había
comentado a su padre en varias ocasiones que quería aprender a realizar
aquellos objetos obteniendo siempre la misma respuesta:
- ¡Jamás!
Una de las figuras que siempre atraían
estas concentraciones de mercaderes era la de los mendigos. Pestilentes y
necesitados recorrían la plaza solicitando de los compradores y vendedores algo
para echarse a la boca. Diulmo
siempre sintió compasión por estos pobres, aunque nunca consiguió que su
engreído padre les obsequiara con algo de comida o bebida que les permitiera
alimentarse. El muchacho solía imaginar que detrás de aquellos menesterosos
había unos hijos esperando hambrientos en una ponzoñosa chabola el regreso de aquellos
menesterosos con algo de alimento.
Aquel día Diulmo tampoco consiguió nada que ofrecerles. Al contrario, su
insistencia encolerizó a su progenitor que tirando fuerte de su brazo lo sacó
de aquel mercado poniendo rumbo hacia su casa, situada a las afueras de Aunzalia.
-Mañana iremos a Myrthelaya y allí podremos comprar productos de calidad-, anunció
el acomodado hacendado.
Cuando salieron del pueblo tomaron un
sendero que los introducía en una pequeña arboleda. Aunque el sol estaba en la
plenitud de su viajar diario, las sombras de las ramas aportaban a la vereda una luz más propia del atardecer que del
mediodía. Justo delante de ellos, a poca distancia y en su misma dirección,
caminaba uno de los mendigos que instantes atrás habían repudiado. El hombre
llevaba una vara larga de madera que utilizaba a modo de bastón y una capucha
que cubría su cabeza. Al llegar a su altura, el padre de Diulmo lo apremió para que acelerara el paso y adelantaran cuanto
antes a aquel despreciable y apestoso indigente. Luego prosiguieron su camino
sin sospechar lo que estaba a punto de ocurrir.
Poco
antes de salir de aquel pequeño bosque, dos extraños surgieron de entre los
árboles y armados con cuchillos obligaron al acaudalado cacique a entregarles
la bolsa de las monedas. Ante la negativa del hombre, lo tiraron al suelo y
comenzaron a propinarle patadas y puñetazos. El joven Diulmo intentó sin éxito ayudar a su maltrecho padre pero uno de
los asaltantes lo empujó lanzándolo a una zanja junto al camino. Entonces, una
vara de madera arqueada impactó con violencia en la cabeza de uno de los
bandidos que cayó conmocionado sobre un lecho de hojas secas. Al levantarse, Diulmo pudo ver cómo el mendigo se abalanzaba sobre el segundo
forajido y de un golpe en el estómago lo derribaba haciéndolo también caer para
luego levantarse y emprender la huida tan rápido como sus piernas le permitían.
Entre Diulmo y el indigente, ayudaron
a levantarse al dolorido terrateniente que quiso entregar a su salvador parte
de las monedas que llevaba. El mendigo rechazó el ofrecimiento diciendo:
-Si me presentara ante un mercader con
un buen puñado de monedas, éste pensaría que las he robado y avisaría a las
autoridades para que me capturaran, en cambio, si usted me acompañara y me
comprara algo de fruta y carne que poder llevar a mi casa, mi familia podría
subsistir por una temporada.
Diulmo
miraba con admiración a aquel hombre. La lección que acababa de dar a su
soberbio padre no la olvidaría jamás. Una vez más, cogió la mano de su
progenitor y juntos acompañaron a aquel mendigo de regreso a la plaza central
de Auzanlia.
Una auténtica lección de humildad. Muy bonito, me
ResponderEliminarha encantado.
Besos
Gracias, Débora.
EliminarMe alegra saber que te ha gustado.
Un beso
Me gustan las moralejas de tus historias y ésta especialmente. Qué malos son los prejuicios y qué buenos tus relatos.
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo contigo en lo referente a los prejuicios, Mar.
EliminarGracias por pasarte y comentar.
Muy buen, te hace pensar
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Nacho.
EliminarMe alegro de que te haya gustado.
Un saludo
si yo hubiera sido el mendigo le quito el dinero también al ricachón.hay que desterrar del mundo a gente como el.
ResponderEliminarsaludos
Seguro que se le pasó por la cabeza ;)
EliminarUn saludo
Sabiduría contra soberbia. Qué buena lección acabas de impartir al escribir este relato.
ResponderEliminarBesos
Gracias, Rosa.
EliminarEs un placer tenerte por aquí.
Un beso
Muy bueno, Miguel
ResponderEliminarGracias, Fernando.
EliminarUn abrazo
Una persona con conciencia social??????? Sin duda es un claro ejemplo de que se trata de un relato de fantasía
ResponderEliminarUn abrazo
Prefiero pensar que aún no está todo perdido y que la sociedad terminará evolucionando hasta llegar al equilibrio entre clases sociales.
EliminarUn abrazo
Es una historia muy bonita. Me he sentido identificada con el sufrimiento del mendigo por el rechazo que recibe por parte de la mayoría. Alguna vez me he sentido así y es frustrante.
ResponderEliminarBesos
Gracias, Susana.
EliminarEspero que esa frustración esté desterrada y sea ya cosa del pasado.
Un beso
La historia de la humanidad: Ricos humillando a pobres y pobres solucionando la vida de los ricos. Triste... pero cierto... Saludos
ResponderEliminarUna pena que esto no fuera también fantasía.
EliminarUn saludo
pero tu no escribías fantasía? por q este relato es mas de novela contemporanea ^^
ResponderEliminaresta muy bien . me ha gustado muchisimo
besitos
Gracias, Mari Cruz.
EliminarMe alegra saber que ha sido de tu agrado.
Un beso
Hola! Hace rato que intento entrar a tu blog para leer el relato de esta semana y no podía :( . Al final entre desde el tlfo. Es una historia que se hace corta de lo linda que es. Estoy deseando poder leer tu libro
ResponderEliminarBeso
Me alegra que de una forma u otra al final hayas podido entrar, Teresa, muchas gracias.
Eliminarla historia de fondo dice mucho. vale la pena leerla por lo que transmite y por lo bien que está escrita
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por tus palabras, Toni. Un saludo para tí también.
EliminarAsí da gusto entrar en la jornada diaria. Un relato precioso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Feliz por alegrarte el día, Scooby, muchas gracias.
EliminarFantastic my friend
ResponderEliminarThanks, Randy!!
EliminarNo seamos hipócritas rasgandonos las vestiduras. a ver si ahora va a resultar que cuando vemos un mendigo nos lo llevamos a casa y le ponemos un plato de comida. Me cansa la gente que va de buena y luego son los primeros que no dan ni un centimo a los que deverdad lo necesitan.
ResponderEliminarpd. el relato muy bueo ;)
Para ponerse a pensar, Narciso. Llevas mucha razón.
Eliminar"""-Si me presentara ante un mercader con un buen puñado de monedas, éste pensaría que las he robado y avisaría a las autoridades para que me capturaran, en cambio, si usted me acompañara y me comprara algo de fruta y carne que poder llevar a mi casa, mi familia podría subsistir por una temporada-"""
ResponderEliminarCuanta verdad dices en este párrafo.
Me gustó mucho
Besitos
Muchas gracias, Valeria.
EliminarUn placer tenerte por aquí.
Para qué vamos a negar que mucha gente haría/haríamos lo mismo. Apartarnos todo lo que podemos de la parte de la sociedad que resulta desagradable.
ResponderEliminarBuena moraleja y muy bien escrito.
Deberíamos reflexionar sobre esto, Alberto. Un saludo
EliminarFORMIDABLE!!!!! HE ALUCINADO CON LA HISTORIA Y LO QUE ENCIERRA
ResponderEliminarENHORAUENA!!!!1
Muchas gracias por tus palabras, E.L.L.
EliminarUn abrazo.
Me dejais una semana mas sin palabras, amigo escribiente.
ResponderEliminarSaludos templarios
Ojalá pueda seguir recibiendo comentarios como el tuyo semana a semana. Un saludo para tí también.
EliminarHola Miguel
ResponderEliminarMe ha gustado mucho leer este relato. Es muy bueno y te hace pensar y reflexionar sobre algunos aspectos de la vida.
Un beso
Gracias por tus palabras ,Melisa.
EliminarUn beso.
me encanta el relato y las imagenes. gracias por compartirlo . seguire pasandome todas las semanas por este blog
ResponderEliminarsalu2
Y yo espero que no faltes ni una sola semana, Juan Ignacio.
EliminarMuchísimas gracias.
Un relato genial, como siempre. Y real como la vida misma. Un cuento con moraleja de los que se disfrutan. Enhorabuena.
ResponderEliminarY yo que disfruto de comentarios como este, Joanna. Muchas gracias.
EliminarEs un relato muy hermoso.He disfrutado mucho leyendolo
ResponderEliminarUn fuerte beso
Gracias, Martina. Espero que sigas disfrutando con los relatos que vendrán.
EliminarUn beso para tí también.
Buenisimo!!!!!!!!!!
ResponderEliminarbss
Muchas gracias por tu apoyo, Elena.
EliminarUn beso
Desde luego es imposible quedar impasible después de leer uno de tus relatos.
ResponderEliminarUn abrazo
Me alegra provocar esa reacción, Laura.
EliminarUn abrazo.
Un relato precioso, me ha gustado muchísimo.
ResponderEliminarVerdad y realidad nos presentas en tus letras.
Abrazos de Amelia :)
Muchas gracias por compartir tus impresiones con nosotros.
EliminarUn abrazo para tí también, Amelia.
Hola Miguel, como te va!!!
ResponderEliminarMe ha gustado lo que he leido. Creo que de alguna manera todos nos sentimos identificados con ese mendigo, aunque no siempre obremos como debiéramos.
saludos
Cuánta verdad en lo que dices. Ojalá nos sirva a todos aunque sea solo un poco.
EliminarSaludos.
Fantastico relato.que encierra una reflexión, Besos
ResponderEliminarGracias, Hanna.
EliminarMe alegra que te gustara.
Un beso
Pleno de universalidad y ojalá el leerlo infunda compasión,una de las grandes virtudes, aunque generalmente los acaudalados no leen.
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