Toarelk montó sobre su vakhali y se dirigió al centro de la
explanada principal de la Ciudad de los Cristales. En los laterales, varias filas de Guardias del Témpano esperaban ansiosos sobre sus monturas, que
rugían nerviosas contagiadas por el deseo de sus jinetes de partir en busca del
invasor utsuriano. Nevaba desde hacía tres días y un espeso manto blanco cubría
el suelo.
El capitán de
la guardia miraba altivo aquella impresionante formación. Doscientos guerreros
kalandryanos, pertrechados y armados para el combate, a lomos de sus fieros vakhalis que iban engalanados con
corazas de guerra, aguardando el momento en que ordenara emprender la marcha.
Dos lunas
atrás, un contingente de fuerzas utsurianas había cruzado la frontera atravesando
los Montes Sima y atacando una aldea
del clan Hurbeka. Un error que
pagarían con la muerte.
Toarelk inspiró con vigor para gritar
con todas sus fuerzas:
- ¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!-
El fornido
guerrero detuvo su vakhali
apartándose a un lado y dejando pasar la columna de guerreros que se había
formado detrás de él. Con voz orgullosa y esta vez con cierta entonación
musical, volvió a repetir:
¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!
De inmediato y
como si de un rugir salido de las entrañas de las montañas se tratara, todos
los jinetes comenzaron a cantar con fuerza, orgullo y tesón. Un cántico lento
que invocaba al valor.
Soy guerrero
kalandryano,
nacido entre sábanas
de nieve,
criado por lobos y
fieras
al amparo de la luna
perenne.
Nada puede separarme
de mi vakhali,
el amigo más fiel que
siempre tendré.
Sus garras y mi hacha,
al enemigo hacen estremecer.
¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!
No llores por mí,
mujer,
Aguardando mi
regresar.
¡Yo soy un Guardia del
Témpano!
Aquel que a la muerte
sabe engañar.
No llores por mí,
madre,
pues ahora libre seré.
No es la muerte mi
final,
en espíritu del viento
me convertiré
y a mi familia y a mi
pueblo,
por siempre velaré
¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!
Y si un día me veis
caer,
defendiendo a mis
hermanos,
no permitáis que allí
muera,
sin mi hacha entre las
manos.
Dadme una espada y
dejad los lamentos.
Derramaré mi sangre
hasta quedar sin aliento.
Por Kalandrya, por mi
tierra, por los espíritus del viento.
¡Es un Guardia del
Témpano, el que encuentras aquí yaciendo!
¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!
Al amanecer
del día siguiente, cuando el sol se hizo con los dominios del cielo desterrando
las nevadas, una leve brisa traía los sonidos del eco del otro lado de las
montañas. Un murmullo lejano que llegaba apagado pero que, escuchando en el
silencio, sonaba con claridad en los corazones de todos los habitantes de Kalandrya:
…
por Mummarik.
por nuestro señor.