¡Ay, Kalandrya! Me duele
verte inclinar la rodilla.
Me duele ver escondida
la tierra que fue bandera
y cuna de grandes guerreros
de los que en la historia quedan,
y ahora transcurren sus días
viviendo de sus reservas.
¡No te escondas, que no debes
sentir lástima o vergüenza!
Si hay gentes que se han ido
también hay otras que llegan.
El sol está en tu horizonte.
La nieve en tus laderas.
Pero no esperes ni quieras
que sean espíritus del viento
los que a levantarte vengan.
Te potenciarán tus hijos
con la sangre de sus venas.
Los nacidos en tu seno,
con el trabajo de sus manos
y la ilusión por su tierra,
que tú, Kalandrya, tienes
todo aquello que quisieran
otros reinos de pro
que ahora se oyen con más fuerza.
Debemos convencernos
de que eres cosa nuestra.
Que tu futuro será
lo que queramos que sea.
¿Qué esperas para avanzar?
Te lo piden tus clanes,
tus montañas y tus piedras.
¡Quiero sacarte de aquí!
¡Quiero contar tus grandezas!
¡Quiero que todos se inclinen
cuando relate tus gestas!
Que tu nombre suene al viento;
tus hombres cuenten proezas;
que tus guerreros luchen
y tus gentes sean dueñas
de tu destino inmediato.
Y al resurgir, altanera,
mires al futuro ufana,
siempre orgullosa y señora
y que en la gran Laguna suene con fuerza
que en este mundo hay un reino,
blanco como la luna llena,
cuyo nombre es Kalandrya,
tierra de nieves eternas.
Oda grabada a cuchillo sobre el tronco de
Mummarik