El frío penetraba entre las pieles que cubrían a
los guerreros haciendo que sus musculosos cuerpos temblaran al compás que
marcaban las ráfagas del viento helado que descendía desde las cumbres más
elevadas de las Montañas de los Espejos. Shuriaj, caudillo del
clan Hásphid, se mantenía en pie al frente de sus hombres,
inmóvil, pétreo, como si la fuerte ventisca no le afectara. Agarraba el mango
de su hacha con las dos manos y llevaba sobre sus vestimentas una coraza de
bronce bruñido que le confería una
apariencia destructora y letal. Su ansia de poder le había llevado a desafiar
al clan supremo, los Nuntárak, para hacerse con el control de Kalandrya.
Frente a él se situaba Rhijel,
señor del reino blanco. Cientos de hombres se agolpaban a su espalda, dispuestos
a derramar hasta la última gota de sangre por su líder, su honor y la defensa de sus tierras. El líder de los Nuntárak
retó con la mirada a su oponente. Los ojos de Shuriaj rebosaban ira y Rhijel
sabía que no cesaría en su empeño de hacerse con el sillón de Mummarik,
aunque para ello tuviera que sacrificar la vida de todos los hombres de su
clan. El señor de Kalandrya contempló a los cientos de valerosos
guerreros de ambos bandos. Luchadores de noble corazón que compartían en sus
venas la misma sangre forjada en las nieves perpetuas durante siglos. No podía
permitir una masacre como la que estaba a punto de suceder.
-¡Shuriaj!-, gritó Rhijel. -Decidamos la
disputa entre tú y yo en una lucha a muerte. Que sean los espíritus del viento
los que decidan quién debe gobernar Kalandrya.
-¿Si te mato, tus hombres me dejarán el camino libre
hasta la Ciudad de los Cristales?-, preguntó el caudillo del clan Hásphid.
-Si acabas conmigo, te doy mi palabra de que nadie se
opondrá a que seas investido como nuevo señor de todo nuestro territorio-,
aseguró Rhijel.
-Entonces será un placer partirte en dos mitades-,
sentenció Shuriaj.
La ventisca arreció cuando los dos líderes se adelantaron,
dejando atrás la protección de sus guerreros. Iban armados con dos imponentes
hachas que no podrían ser levantadas por muchos de los hombres que habitan
otros reinos de Mundo Conocido. Sus pies, recubiertos por botas hechas
de cuero y pieles de oso, se hundían en la nieve a cada paso que daban. Al
llegar uno frente al otro clavaron sus miradas en los ojos del adversario.
Durante unos instantes pareció que el viento había dejado de soplar y el frío
daba una tregua. Era como si el tiempo hubiera cejado en su transcurrir,
expectante por ver qué iba a suceder a continuación. El grito encolerizado de Shuriaj
rompió aquella quietud. Levantó su arma por encima de los hombros y la dejó
caer con fuerza sobre Rhijel, que tuvo los reflejos suficientes para
echarse a un lado y de un hachazo fulminante cortar la cabeza de su adversario.
Los ojos de Shuriaj aún permanecían abiertos
cuando su cabeza aterrizó sobre la nieve. Una mueca de horror se dibujaba en su
rostro deformado que se iba amoratando a la velocidad con la que los lobos se
abalanzan sobre su presa. Su cuerpo dio todavía unos pasos dejando un reguero
de sangre sobre el manto blanco que cubría el suelo antes de caer. Ninguno de
los presentes dijo nada. No hubo vítores para el ganador ni lamentos por el
fallecido. Los guerreros del clan Hasphid bajaron sus armas, recogieron
el cuerpo y la cabeza de su caudillo y se dieron media vuelta para volver a su
territorio. Por su parte, Rhijel ordenó a los Nuntárak que
hiciesen lo mismo. Nunca más se volvió a hablar de aquel triste suceso. Su
memoria quedó enterrada bajo la nieve y su eco llevado lejos por la fuerte
ventisca, que seguía soplando limpiando las huellas de un enfrentamiento que la
codicia de un hombre originó y la cordura de otro evitó que se convirtiera en
masacre.
Episodio
correspondiente a la cronología de Kalandrya ocurrido en el año 328 del Segundo
Comienzo.