El
resplandor iluminó el más gris de todos los amaneceres anunciando la catástrofe
que estaba por llegar. Dos pescadores observaban los relámpagos en el horizonte
marino mientras trabajaban junto al embarcadero deshaciendo los nudos de sus
viejas redes y comentando que si la tempestad llegaba a tierra no podrían salir
a faenar. Antes de que los gallos entonaran sus cánticos al alba comenzaron a
caer los primeros rayos sobre las aguas que empezaban a removerse. Las olas
fueron poblando un mar que había despertado en calma, empujadas por el viento
que aproximaba la tormenta a gran velocidad hacia la costa. El sonido de los
truenos desgarró los sueños de los habitantes de las aldeas próximas al litoral
haciéndolos despertar inmersos en la más horrible de las pesadillas. Una madre
corrió a abrazar a sus dos pequeños que lloraban asustados por el ruido de los
rayos al tocar la húmeda arena de la playa.
-Tranquilos, hijos míos. No es más
que una tormenta que pasará rápido-, les decía la mujer mientras observaba
asustada desde su ventana como las olas comenzaban a coger altura y sobrepasar
los diques del embarcadero.
Cuando el temporal tocó tierra ya
era demasiado tarde. El mar avanzó sin hallar resistencia hasta arrasar la
costa norte del reino de Myrthya. Las
casas de madera con techos de paja y caña fueron engullidas por las aguas que
se abrían paso como el más poderoso de los ejércitos, capitaneadas por un
viento despiadado. La naturaleza había congregado a sus fuerzas rodeando el
reino del arco iris y lanzaba un ataque planeado al detalle.
Los habitantes de los pueblos que
lindaban con el mar corrían desesperados a refugiarse en las tierras del
interior. Los hombres tiraban de sus mujeres, que arrastraban a sus hijos entre
las aguas que llegaban de todas direcciones. Los ancianos fueron abandonados a
la espera de la muerte más agónica y los animales se ahogaban lentamente cuando
las aguas inundaban los establos. Muchas aldeas desaparecieron bajo el empuje
del oleaje convirtiendo en lagos salados lo que antes eran fértiles campos.
Los más rápidos fueron dejando el
mar a sus espaldas, pero cuando parecía que la carrera por salvar la vida alcanzaba
la meta un nuevo y atronador rugido llegado del cielo fracturó las esperanzas
de los moradores de los pueblos y ciudades más alejados de la costa. Dos nuevas
tormentas llegaban desde el sur y el este. Con la velocidad con la que cazan
las águilas, el reino de Myrthya
quedó cubierto por un manto de oscuridad y desolación. Los rayos caían por
cientos atacando los bosques y asesinando a los asustadizos aldeanos que allí
se escondían. El viento destrozaba las almenas y muros de los castillos
demostrando que no hay enemigo más cruel que la propia naturaleza. Los ríos se
desbordaron arrasando las plantaciones y el granizo destrozó las cosechas que
debían alimentar a los myrthyanos durante el ciclo solar siguiente. Nada escapó
a aquel cataclismo de devastación.
Durante tres días Myrthya fue asolada por una cadena de
tormentas que giraban en todos los sentidos descargando su furia despiadada.
Cuando el sol consiguió al fin abrirse paso entre nubes de angustia, alumbró la
más siniestra de todas las calamidades. El reino había desaparecido bajo el
barro. Las aguas del mar y de los ríos regresaban a sus emplazamientos
naturales dejando asomar cientos de cadáveres. Hombres, mujeres, niños… Los
cuerpos de dos pescadores aparecieron ahogados en una de las playas cercanas de
lo que un día fue la aldea de Balyeza.
Parecía que la tormenta los hubiera sorprendido arreglando los nudos de una
vieja red antes de salir a faenar…
Episodio
correspondiente a la cronología de Myrthya y que aconteció en el año 322 del
Segundo Comienzo.