Mucho antes
del Segundo Comienzo, antes de que
los invasores arrasaran Mundo Conocido,
el subsuelo de algunos bosques servía de morada a los ñuts, una raza de seres enanos que construyó bajo tierra una
civilización independiente del resto de especies que poblaban la superficie.
Los ñuts poseían enormes manos, que
usaban para cavar túneles, y unos ojos grandes habituados a la oscuridad
reinante en sus dominios. No tenían nariz y respiraban por dos pequeños
orificios situados sobre la boca. Eran seres amigables, de aspecto bonachón,
con enormes orejas y que nunca desdibujaban
una espléndida sonrisa de su rostro.
Siempre dispuestos a ayudarse entre ellos, la codicia y el egoísmo eran
términos que no existían en su conocimiento. Los
ñuts rara vez salían a la superficie
y jamás mantenían contacto con otras especies, y mucho menos con la más temible
de todas, los humanos.
Cuentan las leyendas, que había un
joven ñut, al que llamaban Iksart, que acostumbraba a trepar por
las raíces de los árboles y pasaba días enteros escondido entre el follaje de
las hojas que cubrían el suelo observando el exterior. Iksart disfrutaba contemplando desde su escondite el trotar de los
caballos, los poderosos bueyes tirando de los carros, los perros y gatos
corriendo unos tras otros en interminables persecuciones, y a los hombres. Al
joven no le asustaban los humanos. Desde que nació, había escuchado como los
ancianos relataban episodios atroces de muerte y destrucción protagonizados por
la especie que dominaba la superficie de Mundo
Conocido. Pero Iksart los había
visto reír, jugar, amar, y unos seres que parecían disfrutar tanto de la vida
no podían ser tan peligrosos…
Guiado por esta equivocada concepción del ser
humano e impregnado por un insaciable espíritu aventurero, el pequeño ñut se decidió, en una oscura noche, a
abandonar la protección del subsuelo del bosque y salir al exterior. Caminó sin
temor por el linde del sendero y no se detuvo hasta que los últimos árboles
quedaron lejos. Gracias a su visión, acostumbrada a la eterna oscuridad, se
movía con celeridad a pesar de que la luna y Dalurne permanecían ocultos tras un manto de nubes que dominaba el
cielo.
Cuando ya pensaba que sus pies no aguantarían mucho más, alcanzó lo alto de una colina y desde allí pudo contemplar cómo, bajo la misma, aparecía una aldea de casas lóbregas con ventanas iluminadas por las luces de las velas. No eran muchas las viviendas que allí se concentraban, apenas dos docenas, pero a Iksart le llamó mucho la atención una de ellas, de cuyas paredes brotaba un enorme bullicio cargado de risotadas y cánticos.
Cuando ya pensaba que sus pies no aguantarían mucho más, alcanzó lo alto de una colina y desde allí pudo contemplar cómo, bajo la misma, aparecía una aldea de casas lóbregas con ventanas iluminadas por las luces de las velas. No eran muchas las viviendas que allí se concentraban, apenas dos docenas, pero a Iksart le llamó mucho la atención una de ellas, de cuyas paredes brotaba un enorme bullicio cargado de risotadas y cánticos.
Sin duda, pensó el ñut, aquel debía ser un lugar lleno de
buenas gentes.
Con premura y sin ocultar su
diminuto cuerpo, Iksart se dirigió
hasta la puerta entreabierta de aquella taberna y no albergó temor alguno cuando
de un salto alcanzó y giró el pomo de la misma. El portón chirrió mientras se
movía y la algarabía del interior penetró sin barreras en los grandes oídos
de Iksart.
De repente, el silencio se adueñó
del salón cuando el pequeño ñut hizo
su aparición en el dintel de la puerta. La taberna se encontraba llena de
cazadores, tramperos, caza recompensas, rameras… todos destilando alcohol por
sus venas y anonadados ante la imagen de aquel ser tan pequeño que jamás habían
visto. Iksart no se amedrentó y con
una cortés reverencia dijo:
— Buenas noches, mi nombre es Iksart y vengo hasta aquí en busca de
conocimientos y de nuevos amigos.
Ninguno de los presentes dijo nada.
Apenas se atrevían a pestañear por miedo a que, si lo hacían, aquel enano
desapareciera. Todos albergaban el deseo de capturarlo con el fin de mostrarlo
en las plazas y mercados de los pueblos de las comarcas cercanas. Quién sabe, a
lo mejor hasta el mismísimo rey Ódriel
pagaría una gran suma por quedárselo como bufón.
Iksart comenzó a incomodarse al ver las caras de la muchedumbre que se agolpaba frente a él. El ñut perdió su inseparable sonrisa, dio un paso atrás y, tras un breve carraspeo, volvió a hablar:
Iksart comenzó a incomodarse al ver las caras de la muchedumbre que se agolpaba frente a él. El ñut perdió su inseparable sonrisa, dio un paso atrás y, tras un breve carraspeo, volvió a hablar:
— Espero que mi presencia no sea un
impedimento para que sigan divirtiéndose. Mi intención es conocer un poco más
de su especie.
Una mujer, que se abrochaba los
botones de la blusa que llevaba medio abierta, se adelantó y se agachó mirando
al ñut. Olía a cerveza y a hidromiel.
Tras un breve vistazo, se incorporó, miró al resto de los allí presentes y
gritó señalando a Iksart:
— ¡Coged a ese bicho!
…