Viajeros de Mundo Conocido


Este blog pretende poner al seguidor de El Heredero de los Seis Reinos en contacto con los personajes, territorios, historias y tramas que envuelven esta saga de fantasía. Con una periodicidad semanal se subirán relatos y leyendas que tendrán como protagonistas a personajes y hechos que irán apareciendo en las novelas de forma secundaria. Sin duda, el blog Historias de los Seis Reinos será siempre un punto de referencia al que acudir.

lunes, 24 de junio de 2013

Relato nº 19 Un cántico al valor


Toarelk montó sobre su vakhali y se dirigió al centro de la explanada principal de la Ciudad de los Cristales. En los laterales, varias filas de Guardias del Témpano esperaban ansiosos sobre sus monturas, que rugían nerviosas contagiadas por el deseo de sus jinetes de partir en busca del invasor utsuriano. Nevaba desde hacía tres días y un espeso manto blanco cubría el suelo.
El capitán de la guardia miraba altivo aquella impresionante formación. Doscientos guerreros kalandryanos, pertrechados y armados para el combate, a lomos de sus fieros vakhalis que iban engalanados con corazas de guerra, aguardando el momento en que ordenara emprender la marcha.
Dos lunas atrás, un contingente de fuerzas utsurianas había cruzado la frontera atravesando los Montes Sima y atacando una aldea del clan Hurbeka. Un error que pagarían con la muerte.
Toarelk inspiró con vigor para gritar con todas sus fuerzas:

- ¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!-



El fornido guerrero detuvo su vakhali apartándose a un lado y dejando pasar la columna de guerreros que se había formado detrás de él. Con voz orgullosa y esta vez con cierta entonación musical, volvió a repetir:

¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!

De inmediato y como si de un rugir salido de las entrañas de las montañas se tratara, todos los jinetes comenzaron a cantar con fuerza, orgullo y tesón. Un cántico lento que invocaba al valor.

Soy guerrero kalandryano,
nacido entre sábanas de nieve,
criado por lobos y fieras
al amparo de la luna perenne.

Nada puede separarme de mi vakhali,
el amigo más fiel que siempre tendré.
Sus garras y mi hacha,
al enemigo hacen estremecer.


¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.

La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!

No llores por mí, mujer,
Aguardando mi regresar.
¡Yo soy un Guardia del Témpano!
Aquel que a la muerte sabe engañar.

No llores por mí, madre,
pues ahora libre seré.
No es la muerte mi final,
en espíritu del viento me convertiré
y a mi familia y a mi pueblo,
por siempre velaré

¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!

Y si un día me veis caer,
defendiendo a mis hermanos,
no permitáis que allí muera,
sin mi hacha entre las manos.

Dadme una espada y dejad los lamentos.
Derramaré mi sangre hasta quedar sin aliento.
Por Kalandrya, por mi tierra, por los espíritus del viento.
¡Es un Guardia del Témpano, el que encuentras aquí yaciendo!

¡Marchamos, hermanos, partimos con honor.
La batalla nos espera,
por Mummarik,
por nuestro señor!


Al amanecer del día siguiente, cuando el sol se hizo con los dominios del cielo desterrando las nevadas, una leve brisa traía los sonidos del eco del otro lado de las montañas. Un murmullo lejano que llegaba apagado pero que, escuchando en el silencio, sonaba con claridad en los corazones de todos los habitantes de Kalandrya:

por Mummarik.
por nuestro señor.


 

lunes, 17 de junio de 2013

Relato nº 18 La ofensa





 La bruma cubría todo el valle comprendido entre las ciudades de Kurt-Lantadia y Gáratwin. El ejército myrthyano avanzaba con precaución por la escasa visibilidad. Varios milicianos habían muerto al cruzar el río Urafga por culpa de la niebla y no podían permitirse perder más hombres. El rey Zoronat marchaba al frente de las huestes del reino de Myrthya. Se dirigían hacia la frontera con Sylvilia para saldar la que el monarca consideró la más grave de las ofensas. Habían pasado muchos años desde la última vez que un soberano convocó a la milicia del reino del arco iris y ahora lo hacía por la negativa del rey Wanalpo de Sylvilia a contraer matrimonio con Yiselma, hermana de Zoronat.
El harén consanguíneo que formaban las cuatro hermanas del monarca myrthyano había envenenado la cordura del rey hasta convencerlo de que Sylvilia debía pagar tal agravio, así que el confundido y manipulado Zoronat ordenó la movilización del ejército de Myrthya. Era una milicia formada por campesinos, comerciantes, artesanos, hombres y mujeres de entre doce y cincuenta años cuyo único entrenamiento militar era el recibido durante los Juegos de la Memoria, que se celebraban una vez al año.
Al aproximarse el contingente a la ciudad de Kurt-Lantadia se les unió un numeroso grupo de guerreros y luchadores kurlinos procedentes de aquellas tierras, completando así la totalidad del ejército myrthyano, que se dirigía impasible hacia el Bosque de las Melodías.
La niebla comenzaba a disiparse cuando Zoronat ordenó detenerse a su milicia. Frente a ellos, a escasa distancia, las fuerzas sylvilianas les aguardaban. El rey Wanalpo de Sylvilia comandaba su ejército. Los dos monarcas se adelantaron hasta quedar uno frente al otro. En los ojos de Zoronat había rabia, en los de Wanalpo incomprensión. Ninguno dijo nada, sólo se miraron, y aquella mirada fue suficiente para que ambos comprendieran que el enfrentamiento era inevitable. Tensaron las riendas de sus caballos y regresaron al frente de sus fuerzas. Zoronat fue explícito en sus órdenes:
- ¡Quiero la cabeza de Wanalpo atravesada por una lanza!-
Sin duda esa fue la petición que le habían trasladado sus hermanas.


Los arqueros myrthyanos tomaron posiciones en la retaguardia del ejército mientras la infantería se colocaba en primera linea. Los escasos jinetes con los que contaban las fuerzas de Zoronat estaban situados en uno de los flancos a la espera de las órdenes del rey. Delante de ellos, y con el Bosque de las Melodías cubriendo sus espaldas, se hallaban las huestes sylvilianas. Sus famosos arqueros se ocultaban en las entrañas del bosque, lejos del alcance myrthyano. Poseían unos enormes arcos que medían más de dos metros de altura y que disparaban tumbados en el suelo con la ayuda de sus pies. Ningún arma conocida podía impactar a tanta distancia como aquellas y sus flechas eran célebres por ser capaces de atravesar los escudos más resistentes. Ninguno de los dos ejércitos poseía armas pesadas de asalto, por lo que el combate sería cuerpo a cuerpo, en una lucha sin descanso hasta que uno de los dos reyes cediera y se retirara.
En las filas myrthyanas, un niño apretaba en su mano sudorosa una espada que apenas podía sostener. Con la otra, agarraba con fuerza a su madre que miraba atenta la figura de su rey a la espera de que diera la orden de atacar.
- No te separes de mi lado-, le decía nerviosa la mujer. - Y si me vieras caer quiero que corras con todas tus fuerzas sin mirar atrás. Prométeme que no pararás hasta que dejes de oír gritos y la calma te envuelva-.
- Así lo haré, madre-, contestó atemorizado el muchacho.
El rey Zoronat levantó la mano preparado para ordenar a sus arqueros que lanzaran la primera andanada sobre las tropas sylvilianas. El silencio se apoderó de todo el valle. El viento dejó de soplar y los pájaros cesaron en su canto. La tensión se podía sentir en el ambiente y las sombras que las nubes reflejaban sobre el suelo parecían grandes tumbas excavadas a la espera de cuerpos descuartizados.
El sonido de varios caballos al galope desvió la mirada de todos los presentes. Desde la gran laguna se aproximaba una comitiva que portaba las banderas del Suliadán. Los jinetes se situaron entre las fuerzas de ambos reinos. Zoronat y Wanalpo se aproximaron y recibieron sendas misivas firmadas por el Suliadán Aslvor, señor de todos y máximo responsable de velar por la paz y la seguridad en Mundo Conocido. Los monarcas leyeron en silencio los mensajes y sin mediar palabra regresaron, retirando de inmediato sus ejércitos a sus respectivos dominios.
Al llegar al castillo de Myrthelaya, el rey Zoronat ordenó a sus hermanas no volver a hablar de aquel enfrentamiento bajo pena de decapitación. Durante los nueve años de vida que le quedaron no se volvió a mencionar aquel incidente. Zoronat murió sin descendencia masculina en el año 229 del Segundo Comienzo.




Episodio perteneciente a la cronología de Myrthya acontecido en el año 220 del Segundo Comienzo.

 


lunes, 10 de junio de 2013

Relato nº 17 El sacrificio


No era la primera vez en la historia de Kalandrya que tras la muerte del caudillo del clan Nuntárak surgían dos aspirantes al trono de Mummarik, el árbol sagrado. Pero nunca la pelea por la sucesión tuvo unas consecuencias tan fatídicas.
Corría el año 552 del segundo comienzo cuando Tídram, jefe del clan Nuntárak y máximo dirigente de Kalandrya, falleció al ser despedazado por un grupo de osos mientras intentaba darles caza. Dos valerosos luchadores optaron a reemplazarlo en la dirección del reino blanco. Por un lado Korssot, tío del líder fallecido, y por otro Tásark, un joven guerrero muy experimentado que reclamaba el derecho a acaudillar a los kalandryanos. El consejo de ancianos de la Ciudad de los Espejos planteó a ambos contendientes una prueba; debían escalar hasta una de las cimas más altas de una cordillera próxima y traer la cabeza del oso que había acabado con la vida de Tídram.
La mañana en la que ambos guerreros se disponían a iniciar la escalada nevaba con fuerza. El frío era extremo y los músculos de piernas y brazos se agarrotaban provocando unos dolores similares a los de mil cortes con afilados cuchillos. Korssot miró a su joven contrincante y le dijo:
- Desiste de tu empeño, Tásark. Siéntate junto a mí a dirigir los designios de Kalandrya y olvidemos esta locura. Será la muerte y no la cabeza de un oso lo que traerás de regreso, si consigues volver-.
- ¿Acaso tienes miedo, viejo?-, contestó arrogante el osado guerrero. - Me ofreces conducir junto a ti a nuestro pueblo, bajo tu mando y siempre recibiendo tus órdenes. ¡Jamás! Subiré hasta la cumbre, daré caza al oso más grande que encuentre y luego traeré su cabeza para que los nuntáraks y el resto de Kalandrya reconozcan el valor de su nuevo líder.


Korssot miró al envalentonado joven con ojos suplicantes. La experiencia de años de supervivencia en aquellas tierras le hacía presagiar un fatal desenlace. Aún así, no había otra salida. El trono de Mummarik le correspondía y lucharía hasta la muerte por conseguirlo.
- Que los espíritus del viento decidan entonces quién debe ser caudillo del clan Nuntárak-, respondió cabizbajo el mayor de los dos contendientes.
La nieve se clavaba como puntas de flecha sobre sus rostros. Las pieles que cubrían sus cuerpos estaban empapadas de agua y sudor y ambos habían dejado de sentir los pies hacía un buen rato. Subían despacio, uno junto al otro, apoyándose en manos y rodillas. No llevaban recorrido medio camino y ya estaban exhaustos. El frío había arrancado la piel de los labios de Korssot y sangraba por nariz y boca. La ventisca soplaba cada vez con más fuerza. Tásark no podía mantener los ojos abiertos. Una capa de hielo cerraba sus párpados y notaba como si el interior estuviera recubierto de nieve. Apenas avanzaba e impotente veía como su adversario se alejaba lentamente. Sus brazos y piernas no respondían a las órdenes que su cerebro les dictaba. Finalmente se sentó sobre la gélida nieve a descansar intentando recuperar parte de las fuerzas que lo habían abandonado para siempre.
Korssot miró hacia atrás y le costó distinguir la silueta de su compañero rendida sobre el suelo. Un estruendo por encima de su cabeza llamó su atención. Un alud caía con la velocidad con la que el relámpago ilumina el cielo. El guerrero reunió las pocas fuerzas que le quedaban para dar un salto hacia una pequeña cueva que había a su derecha. Desde allí contempló estupefacto como la avalancha de nieve engullía el cuerpo de Tásark


Cuando el desprendimiento cesó, Korssot emprendió el camino de regreso bajando con mucha dificultad debido al agotamiento y a sus heridas. Durante dos días buscó sin descanso el cuerpo de su joven contrincante. Finalmente, justo cuando pensaba que su último aliento expiraría pronto, encontró una mano congelada que sobresalía del terreno nevado. Con sumo cuidado para que no se partiera en mil pequeños cristales, desenterró el cuerpo sin vida de Tásark y lo cargó sobre sus hombros llevándolo hasta la Ciudad de los Cristales, donde fue recibido con los honores que corresponden al máximo dirigente de Kalandrya.
Korssot, moribundo y abatido, depositó con suavidad el cuerpo de Tásark sobre el suelo. Se arrodilló junto a él y sin poder casi moverse besó por última vez con delicadeza la frente de su único hijo…
  


Episodio correspondiente a la cronología del reino de Kalandrya ocurrido en el año 552 del segundo comienzo

lunes, 3 de junio de 2013

Relato nº 16 Una engañosa realidad


Era noche cerrada cuando Dúrjen entró en su morada encontrando la calma y el silencio que tanto había añorado durante el día. El fuego ardía débil en la chimenea propiciando un cálido ambiente en la estancia, que contrastaba con el intenso frío del exterior. Su mujer dormía plácidamente tapada hasta la cintura con una manta hecha de piel de oso. En sus mejillas se reflejaban los colores de las llamas y una sonrisa de tranquilidad iluminaba su hermoso rostro. Dúrjen llevaba dos días fuera de su hogar cazando lobos al frente de un grupo de guerreros de su clan. Desde que fue nombrado caudillo de los Hásphid no perdía ocasión de dirigir a los suyos en cuantas expediciones y cacerías se organizaban. Consideraba que era su deber y su responsabilidad marchar siempre el primero dando ejemplo de valor y demostrando que era él quien dirigía los designios de su pueblo.
Sin hacer apenas ruido dejó las armas sobre la mesa de la sala y se quitó los ropajes que cubrían su cuerpo. Luego se tumbó al lado de su mujer y la abrazó arrimándose a su espalda buscando la calidez de su cuerpo. Dúrjen puso una mano alrededor de uno de los pechos de su esposa y cerró los ojos reconfortado por la tranquilidad que todo lo envolvía.



Un fuerte golpe lo hizo despertar. Sobresaltado, se incorporó y vio que la puerta de la casa estaba abierta. Se levantó de la cama y cogió una de sus espadas para dirigirse desnudo al exterior. Había empezado a nevar y la ventisca azotaba el poblado, pero por extraño que pudiera parecer, Dúrjen no sentía frío. El jefe del clan Hásphid pisaba descalzo una fina capa de nieve, mientras varios copos cubrían su largo cabello. La temperatura era gélida, aunque él no sentía temblor alguno en los músculos de su cuerpo. En la cabaña de enfrente, a través de una ventana, pudo vislumbrar a duras penas la silueta de una mujer que parecía estar fornicando con su pareja. Dúrjen se aproximó para ver de cerca aquella escena y no pudo evitar dar un grito de estupor al comprobar que aquella hembra estaba de pie apoyada sobre la repisa y quien la penetraba por detrás era un enorme lobo de pelaje gris, que se mantenía erguido sobre las dos patas traseras. El animal miró fijamente a Dúrjen con dos penetrantes ojos rojos como la sangre y soltó a la mujer para dirigirse con velocidad hacia la puerta. 
El caudillo de los Hásphid corrió lo más rápido que le permitían sus piernas hacia su casa. Una vez dentro, cerró la puerta y percibió un nauseabundo olor a pelo quemado. Con horror observó que dos brasas de leña habían resbalado de la chimenea prendiendo la alfombra de piel de oso blanco que cubría parte del suelo. Las llamas se avivaron con celeridad y formaron una cortina de fuego que impedía a Dúrjen llegar hasta su esposa, que permanecía inmóvil en la cama a pesar de los gritos desesperados de su marido. Pegado a una de las paredes y cubriéndose la cara con un paño mojado pudo atravesar aquel manto de llamas y acercarse hasta el lecho dónde se encontraba su mujer. Tiró de ella con fuerza y la cogió en brazos dirigiéndose hacia una ventana situada en la parte trasera de la cabaña. Dejó el cuerpo inerte sobre el suelo para abrir aquel portillo y cuando fue a cogerla de nuevo quedó petrificado al ver el rostro de aquella figura que había recobrado el sentido y comenzaba a levantarse. Sus ojos eran oscuros y profundos, sin vida. Su frente protuberante dejaba asomar las arrugas de alguien que ha vivido mil años. En su boca no había labios y sí unos dientes puntiagudos que sobresalían por debajo de una nariz grande y rugosa. Aquel ser monstruoso se puso en pie y alargó unos brazos esqueléticos para intentar agarrar el cuello del aterrado guerrero. Dúrjen reaccionó a tiempo de empujar a aquel ser espeluznante y lanzarlo contra el fuego que consumía ya más de la mitad de la casa. Luego saltó a través del ventanal y cayó sobre la nieve. 


Un gruñido justo encima de él le hizo levantar la mirada para comprobar que tenía delante al lobo de pelaje gris al que había visto fornicando momentos antes. Dúrjen gateó lentamente hacia atrás sin perder de vista los ojos rojos de aquella bestia que avanzaba despacio mostrando sus desgarradores colmillos. Finalmente, su cuerpo desnudo chocó contra la pared de su casa quedando desprotegido y sin posibilidad de huir.
El animal tenía la boca entreabierta y permanecía quieto esperando el momento de saltar sobre aquel humano indefenso. El rojo de sus ojos se hizo más intenso reflejando la rabia contenida. De repente, con un fuerte impulso de sus patas traseras, se abalanzó sobre Dúrjen clavando los colmillos en su cabeza.
El hombre gritó presa del pánico. El dolor era insoportable. Sentía cómo aquellos dientes resquebrajaban lentamente su cráneo. Justo cuando estaba a punto de perder el conocimiento escuchó la voz de su esposa:
- ¡Dúrjen! ¡Dúrjen! Despierta, esposo mío, has tenido una pesadilla-.
El jefe del clan Hásphid se incorporó sudoroso con las manos puestas en su rostro. Miró a su alrededor para asegurarse de que todo estaba en su lugar. Observó el hermoso rostro de su esposa y sin decir nada, con una sonrisa dibujada en su cara, la abrazó y volvió a tumbarse quedándose dormido al instante.
Fuera, en el exterior, la nieve había comenzado a caer y la ventisca azotaba todo el poblado. En la cabaña de enfrente, a través de  una ventana iluminada, se podía ver la silueta de un lobo acercándose a una mujer…